Rebel Blog
SIN BRAVAS NO HAY ROCK AND ROLL

Efectivamente, sin bravas no hay Rock and Roll. Así se lo expresé a los Rebel Notes como única condición previa a mi ingreso en los Rebel cuando, un viernes de noviembre de 2013 y apadrinado por la entonces vocalista de la banda, aquel conjunto de Rock, que por aquellos entonces aún no tenía ni nombre, decidió llamarme a sus filas para unir mi guitarra a la de Oriol.
¿Que por qué sin bravas no hay Rock and Roll? se preguntarán mis –espero– futuros lectores reincidentes. Pues aunque no se lo crean, aquella única condición que en su día exigí a los Rebel, y que a día de hoy todavía mantengo, tiene su base científica. Si no me creen, pueden preguntarle al Galileo del siglo XXI, entiéndase Google.
A poco que investiguen, encontrarán multitud de estudios científicos de medicina deportiva que vinculan la ingesta de carbohidratos y los beneficios en el ejercicio y el buen tono muscular, cosa que redunda en la flexibilidad y potencia de las fibras musculares que favorecen los necesariamente precisos, y a la vez rápidos, movimientos que requieren los músculos flexores metacarpo-falángicos y sus antagonistas extensores interfalángicos, últimos responsables de esa digitación veloz y certera que requiere –por ejemplo– un buen solo de guitarra. Evidentemente a esos mismos beneficios se acogen las fibras musculares de los dedos del bajista y las de los brazos del percusionista, y del teclista o saxofonista cuando los hubiera… Y si me apuran, también los del técnico de sonido que reacciona raudo a subir y bajar graves, agudos y volúmenes o a panear instrumentos y señales de un canal al otro con precisión quirúrgica.
Y no acaba aquí la cosa, pues tampoco les será difícil verificar, a poco que husmeen en la red, la más que probada relación entre la ingesta de alimentos picantes con la felicidad, pues está científicamente probada la influencia en la producción de endorfinas –en concreto serotonina, dopamina, y oxitocina, conocidas como el trío de la felicidad– con la ingesta de capsaicina, substancia presente en los pimientos picantes y responsable de que, valga la redundancia, el picante pique cuando lo deglutimos.
En resumen, los carbohidratos de la patata ayudan a que los músicos toquen mejor y el picante de la salsa hace más felices a los miembros de la banda, felicidad que, obviamente, transmiten a quienes los escuchan, es decir, a ustedes, mi querido público.
Siendo esto así entenderán, queridos lectores, que sea imprescindible que la salsa brava pique suficientemente –un servidor les recomienda una buena dosis de pimentón picante, combinado, si lo desean, con una pizca de pimentón dulce– y –dato esencial– que unas patatas bravas que no piquen, además de no poder ser catalogadas jamás de los jamases como bravas sin incurrir en blasfemia, son inútiles desde el punto de vista de la felicidad que el Rock and Roll debiera proporcionar.
Y ahora que releo esta nota antes de colgarla en este blog veo que me ha quedado bastante creíble –que no en vano lo de la capsaicina y las endorfinas es rigurosamente cierto– y que a ver si va a ser verdad que lo que empezó como una broma entre músicos, acaba resultando la génesis de un próximo estudio que, hábilmente desarrollado por nuestra bióloga de cabecera (y rebel fan de referencia, Joanna B) nos lleve a los Rebel Notes a la Wikipedia, como aquella banda de Rock que descubrió y demostró que el Rock and Roll del bueno sólo es posible cuando hay bravas de por medio, y que medio en broma medio en serio hemos desvelado un secreto celosamente guardado por los dioses del Rock and Roll, y hemos sacado a la luz que no era cuestión de vender el alma al diablo como trascendió que hiciera Bob Johnson en Clarksdale, Mississippi, en los años treinta del siglo pasado, que la patraña de hacernos creer que vendió su alma al diablo para convertirse en el mejor guitarrista del mundo mundial no fue más que una maniobra de distracción para ocultarnos la realidad y preservar su arcano, desde entonces sólo transmitido secretamente entre músicos privilegiados que, en un proselitismo endogámico, lo custodian celosamente para compartirlo exclusivamente entre una selecta raza de músicos.
A ver si va a resultar que el éxito de los Johnson, Lenon, Bonamassa, Clapton, Richards, etc., no tiene que ver tanto con su talento innato, ni con las horas y horas de estudio y de práctica con su instrumento, sino que tiene un origen mucho más prosaico, que no es otro que ponerse ciegos de patatas bravas antes de cada concierto…

PSICOLOGIA DEL ROCK ´N ROLL
Critica del libro «Estar en banda –psicología del músico de rock »
por Juan Carlos Hidalgo *
Morder murciélagos. Escalar bocinas y arrojarse hacia la gente. Pegarse un escopetazo en la cabeza. Asesinar a una novia incómoda. Arruinar impunemente la vida de muchas mujeres. Padecer profundas depresiones. Tener arranques incontenibles de furia. Mostrar gran debilidad para contener el consumo de estimulantes. Y la lista podría seguir creciendo sin mayor problema.
Los músicos suelen ser personas disfuncionales a las que se les acumulan los trastornos. Su relación con la locura parecería un tópico que viene relacionado íntimamente con el oficio. Podría decirse que el esbozo inicial plantea situaciones y acciones extremas, pero aun en un plano más amable y menos peligroso, los músicos presentan personalidades complejas y no exentas de complejos y síndromes. Podemos ir desde un narcicismo crónico a desplantes evidentes de obsesivos-compulsivos. Y no se diga aquello de la bipolaridad. Por muchas razones, los músicos suelen apartarse de los cánones de “la normalidad”, más allá de que en sí mismo sea un concepto controvertido y relativo.
Parecería una obligación que existiera una amplia bibliografía sobre esta temática –en la que la relación entre música y locura predomina-, pero al menos en español no es sencillo hallar tratados que se concentren en el asunto. Y muchos menos si el planteamiento es analizar formas de conducta dentro de esquemas de convivencia más funcionales u operativos –no siempre es necesario ir hasta los límites-. Por fortuna en Argentina se han tomado muy en serio el vincular a las ciencias sociales con el ámbito de la música –en términos generales- y al rock –en lo específico-.
Existe una gran variedad de títulos para entrar en materia desde distintas perspectivas y especialidades, pero siempre harán falta enfoques nuevos y planteamientos renovados. Es por ello que la aparición de Estar en banda –psicología del músico de rock- reviste especial interés y es material muy útil al que acudir. Su autor, Fabio Lacolla, es egresado de la Universidad de Buenos Aires; da consulta de psicología clínica en el barrio de Caballito y también ejerce la docencia universitaria. Pero lo que le da un valor agregado a su libro es que durante largo tiempo también ha incursionado en la música y entiende de sobra de rock argentino –también con el perfil del participante-.
Desde hace muchos años ha trabajado con muchos artistas argentinos y en un momento fue acumulando experiencias y observaciones de lo que parecería una auténtica especialidad. Por lo que en un momento se propuso llevarlo a un texto que por supuesto respetara el secreto profesional, pero que también incluye entrevistas autorizadas que le permiten ejemplificar ciertos apartados.
Es un hecho que los artistas elegidos son grandes estrellas locales, pero en el resto del continente también despiertan interés. Entre los entrevistados se encuentran Juanchi Baleiron de Los Pericos, Guillermo Novellis –cantante de La Mosca-, Daniel Melingo, Manuel Moretti –vocalista de Estelares- y Lula Bertoldi de Eruca Sativa; y así hasta completar doce entrevistas que rematan con la inclusión de un dibujo con el que cada uno se representa y que a continuación es interpretado (Dibuanálisis).
La combinación de materiales es muy peculiar pero funciona bien. En todo momento se conserva la ligereza y jamás se convierte en un tratado académica denso y de difícil comprensión. Estar en banda, editado por Galerna, se ofrece al lector de una manera muy atinada: “¿Por qué un banda de rock consultaría a un psicólogo? Por problemas vinculares con algunos de sus miembros, por problemas de egos que afectan la dinámica de trabajo. Porque grabar un disco moviliza, porque preparar un concierto conlleva un sinnúmero desparejo de expectativas que cada miembro de la banda procesa de manera diferente. Porque las drogas, las minitas y los managers. Porque los amigos del campeón, la presión del público y los dueños delos boliches. Porque cuando una banda tiene fecha de vencimiento ninguno puede hacerse cargo del final. Porque “llegaron” y no saben cómo mantenerse. Porque uno de los músicos anunció que se va…”. Y el listado completo es mucho más largo. Lo que al final se resume en un curioso pronunciamiento del terapeuta: “Porque, a pesar de que el rock no tiene cura, algunos rockeros van al psicólogo”. Lacolla se plantea una obra ambiciosa que revisa múltiples temas a través de textos cortos. A lo largo de casi 400 páginas podemos ir desde “El perfil del músico de rock” a “El éxito como animal desbocado”; de “Las ansiedades básicas” a “Los hijos” pasando a través de “La persona y el personaje”; de “La obsesión como obstáculo para la creación” a “Cómo enfrentar al olvido después del éxito”. Habiendo compuesto música para cine y utilizado el seudónimo de Dr. Poroto para grabar un disco, era lógico esperar que en sí mismo planteara un dilema al que ha sorteado durante su carrera: “Demasiado rockero para ser psicólogo y demasiado psicólogo para ser rockero”.
Es así que incluye algunos insertos que atañen a la industria del rock al tiempo que se da licencia para acercarse al ensayo y su carácter especulativo. Con tal libertad de movimientos, podemos decir que nos encontramos ante una obra anfibia y heterodoxa, que también posee un breve prólogo del avezado periodista cultural Humphrey Inzillo.
Durante la presentación de la obra a principios de año (en la Feria del Libro de Buenos Aires), la prensa no pudo evitar preguntarle sobre Amy, Janis, Kurt, Jimmy y el fatal y suicida club al que pertenecen: “Los 27 son la entrada en la recta final hacia los 30 y los 30 simbolizan el comienzo definitivo de la adultez. Si bien es cierto que vivimos veinte años más que en el siglo pasado, los 27, que bien podrían ser los 37, son la edad simbólica para decirle chau a la niñez y a la juventud. Una adolescencia tardía de más de 25 años ya se torna patológica. Promediando los 27 es la época de las renuncias y de los primeros registros del paso del tiempo. Algunas personas, como éstas que nombramos, encontraron en las drogas y el alcohol un buen cobertor de su neurosis, ya que eligieron un modo desafortunado de huir de la responsabilidad. Los más depresivos huyen para atrás, los más creativos huyen para adelante y los que no pudieron superar su mitomanía huyen para el cielo, o el infierno, que es lo mismo, pero con otra temperatura”.
En suma, se trata de un libro de gran ayuda para los músicos, pero en el que tanto melómanos como apasionados de la música y el rock quedarán enganchados a partir sobre todo de un tratamiento sumamente actual y vigente. Lacolla es alguien que entiende el signo de los tiempos (y sus excesos) y así lo expresa: “El siglo XXI reemplazó sexo, drogas y rocanrol por porno, veganismo y Spotify. En general consume más el entorno del músico que el propio músico. Muchas veces es la crueldad del público la que necesita que su ídolo sea un reventado y en ese punto, el reventado queda capturado en un exceso de ingenuidad”.
* Artículo publicado en www.milenio.com
https://www.milenio.com/opinion/juan-carlos-hidalgo/las-posibilidades-del-odio/los-rockeros-en-el-divan-psicologia-del-musico.